Me inicié en la espiritualidad ignaciana hace unos veinte años durante mi formación religiosa. Retrospectivamente, creo que ello me preparó para esta trayectoria y esta misión tan especiales. En 2011 entré a formar parte de la Comunidad de San Ignacio (Winnipeg, Canadá) e, inspirada por el ministerio jesuita en prisiones, empecé a pensar en cómo podía colaborar con la Compañía de Jesús en el apostolado social.
En 2018 me incorporé al Instituto Jesuita de Sudáfrica, que me ofreció la oportunidad de contribuir directamente a la obra de justicia y a la misión de la Compañía. Mi experiencia es que el apostolado social jesuita desempeña un papel crucial en la sociedad en la medida en que da voz a los marginados. En Sudáfrica he trabajado en particular en dos proyectos centrados en concreto en la justicia de género, la justicia racial, la pobreza y la incidencia a favor de los migrantes.
He experimentado de múltiples modos la presencia, el apoyo y el amor de Dios a lo largo de mi trayectoria en la Compañía de Jesús. En primer lugar, en el plano individual, a través de conversaciones espirituales que han impulsado mi crecimiento personal y espiritual. En segundo lugar, colaborando con jesuitas comprometidos en la obra de la justicia y, más en concreto, en el ámbito de las migraciones. Han compartido conmigo algunas de las luchas y los gozos del ministerio. Uno de los puntos cimeros fue pasar una semana en el campo de refugiados y migrantes de Musina, en la frontera entre Sudáfrica y Zimbabue, con el equipo de medios de comunicación del Instituto Jesuita y el P. Rampe Hlobo SJ. Si no hubiera sido colaboradora de la Compañía, no habría tenido una oportunidad como esta en mi vida. Escuchar los relatos de los migrantes y refugiados me permitió ganar su confianza y les infundió la certeza de que estaba dispuesta a escucharlos con el corazón abierto. Fue una oportunidad para crecer, una invitación a ser más reflexiva. En las reflexiones que hacíamos al final del día recibía tanto el apoyo del equipo como el amor de Dios.
El apostolado social jesuita lleva a cabo un trabajo formidable en muchas partes del mundo, desempeñando con frecuencia un papel importante allí donde la estructura institucional de la Iglesia falla en ocasiones a la hora de dar respuesta a las necesidades de la sociedad en su conjunto. Esto es lo hace que siga siendo colaboradora de ese apostolado: la certeza de formar parte de una misión que redunda en beneficio de los marginados y forma personas cada vez más concienciadas en lo relativo a la justicia.
Vivimos en una época en la que la colaboración en el ministerio resulta muy necesaria. Y pese a ello, parece ser aún un reto para nosotros. He constatado algunas oportunidades de colaboración perdidas en la Compañía de Jesús y en el conjunto de la Iglesia. Momentos como esos resultan desalentadores, son una fuente de desolación. Debemos preguntarnos: ¿qué dificulta la colaboración entre nosotros y con terceras personas o instituciones? ¿Qué cambio de actitud basado en el Evangelio es preciso para hacer lo que hacemos por Dios?
Necesitamos un ministerio con metas mejor definidas. Uno de los momentos más destacados de este año (2019) fue la recepción del documento de las Preferencias Apostólicas Universales, que definen con claridad las necesidades tanto de la Iglesia como de la sociedad en el mundo actual para la próxima década. Lo que me parece especialmente útil de ellas es la forma en la que favorecen una integración aún más profunda del apostolado social en las obras más amplias de la Compañía. El apostolado social no es tanto una parte concreta de la obra cuanto algo que debe inspirar el ministerio en general. Para mí, como colaboradora en el campo de los medios y la comunicación, esto es una corroboración de lo que hago, pero también un reto en lo concerniente a cómo hago mi trabajo.
Extracto del testimonio publicado en https://www.sjesjesuits.global/es/index.php/2020/02/06/retos-que-exigen-colaboracion/