(Por su extensión, este artículo está dividido en dos partes. Esta es la segunda. La primera parte fue publicada recientemente aquí).
Como mencionaba en la primera parte de este artículo, atender a la pobreza, la desigualdad, el refugio y el cambio climático son retos fundamentales que urge afrontar en 2018 por parte de la comunidad internacional, en el contexto de la puesta en marcha de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 y su necesaria financiación. Sin duda, las niñas y las mujeres suelen ser las más afectadas por las problemáticas mencionadas, debido a la situación de discriminación de las mujeres en todos los países del mundo.Por lo tanto, el séptimo reto para el 2018 será promover los derechos de las mujeres. La revista Time designa a 7 mujeres como personas del año en alusión, sobre todo, a aquellas que se atrevieron a denunciar públicamente los episodios de acoso sexual en Hollywood como parte del movimiento #MeToo (A mí también). Para que los movimientos por los derechos de las mujeres propicien cambios sustantivos, hay que conectar causas y situaciones que son muy distintas, pero que tienen el sustrato común del patriarcado, como la violencia sexual o la violación como arma de guerra, el matrimonio infantil, la desigualdad salarial, o los obstáculos a la participación de las mujeres en el ámbito político.
Y si hablamos de participar en el ámbito político, 2017 ha sido un año en el que en muchos países se han continuado cercenando espacios para la sociedad civil y han aumentado la persecución y el hostigamiento de defensores de derechos humanos en diferentes lugares del mundo. Recordamos y nos solidarizamos con el Padre Ismael (Melo) Moreno y otros activistas de Honduras y estaremos pendientes de la investigación que se le está haciendo a la activista española, Helena Maleno, por su trabajo con inmigrantes en la Frontera Sur. Como octavo reto, urge recuperar espacios de libertad, expresión y ejercicio de derechos de la sociedad civil. Es imperativo defender a quien defiende los derechos fundamentales, la democracia y el medio ambiente de las personas más vulnerables y en las zonas más devastadas del planeta.
Hay que hacer justamente lo contrario a cercenar espacios: necesitamos profundizar y ampliar la democracia. Este es el noveno reto. La crisis económica de 2008 generó, entre otras cosas, profundo malestar y una frustración que afectó a muchísima gente que vio, por primera vez, que viviría peor que la generación precedente. Gente que se siente perdedora y expulsada del proceso de globalización, que se siente amenazada por la deslocalización del trabajo y la creciente desigualdad, por la incertidumbre y la precariedad en el empleo, por las políticas de austeridad y los recortes en las prestaciones.
La desigualdad creciente influye de manera muy negativa en la democracia, quiebra el principio democrático básico de “una persona, un voto”, porque hay un amplio porcentaje de personas que siente que no se gobierna para las mayorías, sino que es una élite la que controla el poder político y económico. Se quiebra la confianza en la política, sus representantes y los partidos políticos tradicionales, y ganan votos aquellos que se presentan como “fuera del establishment“, personajes que no son políticos profesionales, o populismos variados. La desconfianza, el desconcierto, o la carencia de mecanismos para la gobernanza global, entre otros factores, alienta a aquellos partidos y personas que propugnan la vuelta al entorno nacional, el proteccionismo, el cierre de fronteras y, en definitiva, a todo lo que sea el mundo anterior a la globalización de la que se sienten perdedores. Hay que recuperar la confianza en las instituciones, ampliando la democracia y la participación de la ciudadanía en las cuestiones que afectan a sus vidas, con información, transparencia y debates. Hay que atajar de raíz la corrupción y los escándalos de evasión fiscal como los Papeles de Panamá, que tanto merman los ingresos que deberían destinarse a servicios sociales básicos. Es fundamental que las políticas se orienten al bien común y a garantizar los derechos fundamentales de las personas y colectivos, sobre todo, los de aquellos más desfavorecidos.
También la educación -de calidad, equitativa, inclusiva, transformadora- es imprescindible para afrontar todos estos retos. Y la crisis de la educación es un reto a afrontar en sí mismo. El reto número 10 para 2018. Porque, como menciona UNESCO, todavía hoy hay 264 millones de niños, niñas y jóvenes que no tienen acceso a la escuela primaria y secundaria. A estos hay que sumar los millones a los que afecta la crisis global del aprendizaje a que se refiere el último Informe del Banco Mundial. Pero además, urge transitar a una educación humanista, que no se base únicamente en la rentabilidad, la empleabilidad o el lucro, que no deje a nadie atrás, sino que promueva el desarrollo integral de la persona y que se asiente en los pilares básicos del aprendizaje que recogía la comisión Delors en 1996: “aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir”. Una educación que promueva la adecuada comprensión del mundo, la orientación al bien común y el sentido de pertenencia a una comunidad global, a una ciudadanía compartida dispuesta a asumir responsabilidades en el destino común de la humanidad.
Aunque los retos sean enormes y el panorama parezca abrumador, hay razones para la esperanza.Estas razones para la esperanza las encontramos en los avances y en las luchas (y a veces conquistas) por los derechos; en las personas y organizaciones que luchan ante circunstancias adversas, en la resiliencia de las comunidades, en los defensores y defensoras de derechos humanos, en los miles de personas que, de diferentes maneras, contribuyen a la creación de un mundo mejor para todos. Por eso resulta imperativo construir discursos y acciones esperanzadores, proféticos, ilusionantes, movilizadores, basados en el bien común y en la justicia con los excluidos, con los más vulnerables de nuestras sociedades frente a discursos desesperanzados, excluyentes y negativos, basados en la criminalización de los más vulnerables. Como señala el equipo de Cristianisme i Justícia, se trata de llegar a consensos globales orientados a buscar el bien común universal, ampliando y profundizando en la democracia, en el sentido de la libertad y en el aumento de la fraternidad.
Y ¿qué nos falta?. Ante todo, voluntad y liderazgos políticos comprometidos con afrontar estos desafíos de forma positiva y mayor compromiso ciudadano organizado. Tenemos que exigir a nuestros representantes y predicar con el ejemplo: hacernos corresponsables con la construcción de un mundo más justo, equitativo y sostenible para todas las personas. Un mundo, en definitiva, en el que se cumplan los derechos humanos de todos y todas.
Esta es una versión adaptada del post publicado originalmente en español en el blog de Cristianisme i Justícia.
Imagen: Sergi Cámara/Entreculturas