Hubo una época, allá por el siglo XIX, que el triunfo de los nacionalismos, la pérdida del latín como lengua franca universitaria en occidente y la creación de los sistemas universitarios y científicos nacionales constriñeron a las universidades a las fronteras políticas de sus Estados.
No sería hasta el último tercio del siglo pasado cuando la internacionalización de las universidades volvería al orden del día en la estrategia universitaria, más como adaptación a intereses políticos o como adaptación al proceso de globalización, que como una opción universitaria. Diferentes becas y opciones de estudio entre universidades hicieron posible un creciente flujo de intercambio de estudiantes e investigadores y el inicio de la nueva tendencia.
El resultado de esta tendencia es que, hoy, en mayor o menor medida, con más o menos éxito, y con algunas excepciones, la inmensa mayoría de las universidades del mundo tiene algún grado de internacionalización. Tienen, al menos, la retórica de la internacionalización.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos los universitarios de internacionalización? ¿Qué es una universidad internacionalizada?
Una definición simple y muy generalizada de internacionalización alude a la presencia de nacionales de otros países entre los distintos estamentos de la comunidad universitaria. Así, una universidad es muy internacional si entre sus estudiantes, entre su claustro, en su personal hay un porcentaje significativo de personas de distintas nacionalidades. De ahí que digamos que una universidad se internacionaliza cuando tiene un gran número de convenios vivos con otras universidades, tiene un gran número de movilidades y de intercambios; cuando atrae estudiantes e investigadores extranjeros; cuando sus investigaciones se publican en revistas y editoriales de primer nivel; cuando sus patentes son triádicas.
Pero este concepto de internacionalización, que es cuantificable e incluso integrable en un indicador sintético, y que es, además, el que se suele incorporar a los rankings tanto nacionales como internacionales, siendo importante y significativo, no deja de ser hasta cierto punto superficial. Porque una universidad puede ser, paradójicamente, muy «internacional», según estos indicadores, y, al mismo tiempo, ser muy «provinciana».
El hecho de que los estudiantes tengan distintos pasaportes no cambia necesariamente la docencia o la pedagogía, ni necesariamente cambia la experiencia de aprendizaje de los estudiantes el hecho de tener distintos compañeros de clase, si la diversidad de origen no se amalgama, no se mezcla, no se integra. De la misma forma, un mero intercambio académico, una movilidad del profesorado, no supone una mejora en la investigación si esta movilidad no genera una diferente comprensión de los contextos sociales o una mayor apertura a nuevas ideas.
Dicho de otra forma, la internacionalización, siendo un proceso valioso en sí mismo, se agota, puede ser superficial, si no afecta a la esencia de la institución universitaria, a su propia actividad, si no reconfigura su cultura y su comunidad, si no modifica la forma en la que se enseña y se aprende, se piensa y se investiga, se convive y se desarrolla, se proyecta y vive.
La internacionalización es superficial si no forma estudiantes cosmopolitas, abiertos al mundo, comprensivos con otras culturas, conocedores y apreciadores de la diversidad de formas sociales. La internacionalización es superficial si es sólo una excusa para el «turismo académico» o se convierte en un rito iniciático de «independencia familiar». La internacionalización es superficial cuando los estudiantes extranjeros son tratados de una forma totalmente diferenciada y no se integran, no participan en la vida académica.
La internacionalización es superficial si en la investigación perdemos la perspectiva global, cuando el problema a trata no es visto como un caso particular de un problema de la Humanidad, cuando no consideramos las soluciones que otros aportaron, cuando no compartimos…
La internacionalización es superficial, pierde, incluso su sentido, si homogeneiza bajo una cultura universitaria la diversidad, cuando normaliza, cuando estandariza, cuando solo uno, el «otro», el «extranjero» es el que tiene que adaptarse a la formas de docencia, de investigación, de vida, de cultura.
En definitiva, la internacionalización es superficial, no tiene sentido, si no nos cambia. Es superficial si solo acentúa nuestras características. Así una universidad puede tener muchos estudiantes extranjeros, pero si hace todo como si no los tuviera, si los trata como turistas, esa universidad no está profundamente internacionalizada.
En mi opinión, las universidades hemos de encontrar el sentido de nuestra internacionalización, más allá de los rankings o de las tendencias, más allá de lo que demanden los empleadores de nuestros estudiantes, más allá. Hemos de ir caminando en una internacionalización profunda, que nos lleve a convertirnos en universidades «cosmopolitas». Y no por modas o por competencia, sino para no perder nuestro propio carácter de universidad, en el siglo que estamos viviendo.
La universidad cosmopolita
Por otro lado, es ya un tópico decir que la tecnología nos afecta, pero un tópico cierto: la tecnología pone al alcance del que tiene acceso a ella un número ilimitado de posibilidades de información y conocimiento. Los problemas a los que nos enfrentamos, y es otro lugar común, a pesar de que algunos quieran trocearlos y hacerlos locales, son también globales: desde el cambio climático hasta los movimientos migratorios, la violencia de género hasta los ataques a la democracia.
La Universidad no puede vivir de espaldas, ni siguiera a remolque, del mundo en el que van a desarrollar sus vidas sus estudiantes, como no puede perder su papel central de motor de creación de pensamiento para resolver los problemas de la Humanidad, como no puede dejar de ser un lugar abierto de crítica y diálogo, sin perder su propia esencia institucional. Y una universidad que sea solo superficialmente internacional la perdería. De ahí que tenga que evolucionar hacia un nuevo concepto de universidad, la universidad «cosmopolita». Una universidad inter-nacional se constituye entre diferentes nacionalidades; una universidad cosmo-polita, entre «ciudadanos del mundo». Una universidad profundamente internacional necesariamente será una universidad cosmopolita.
De la misma forma, también es cuestión de tiempo el desarrollo de universidades globales, es decir, universidades que ofrezcan sus servicios en diversos lugares del planeta con infinitas posibilidades para sus estudiantes y personal. Y no estoy hablando de una universidad virtual.
La estrategia más exitosa, hasta el momento, de creación de universidades globales, con algunos fracasos y no pocas dificultades, es la que están siguiendo algunas universidades norteamericanas, con la instalación de campus propios en distintos países. Pero es posible también otra estrategia de creación de una universidad global a partir del establecimiento de lazos más estrechos en una red de universidades preexistentes. La estrategia de la integración ofrece mayores posibilidades, pues obliga a las universidades que se integran a serlo. Crear una universidad global exige un proceso de convergencia, de comprensión, de diálogo, de establecimiento de estándares comunes, de estructuras de gobierno compartidas, en definitiva, un esfuerzo importante proyectado en el tiempo, pero estoy profundamente convencido de que es uno de los caminos que hemos de recorrer muchas universidades en nuestro desarrollo en un mundo universitario cada vez más darwinista.
Permítanme que me atreva y aproveche para ofrecernos a explorar las posibilidades de una universidad global entre las propias universidades de la Compañía, pues no solo compartimos una misión que trasciende lo universitario, sino que tenemos unos valores comunes y unos modos de proceder de la misma raíz, los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola. Estoy convencido de que si es posible una universidad global por integración es en el seno de la Compañía de Jesús. Lleven, pues, como embajadores de sus universidades un mensaje de colaboración más estrecha, pues soñamos con una universidad global y queremos compartir ese sueño.
Este texto se ha extraído del discurso inaugural de la Universidad Loyola, realizado por el rector de la universidad, Gabriel Pérez Alcalá.
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